El pasado fin de semana, y con motivo de mi cumpleaños, decidí celebrar la vida – mi nueva vida – con un viaje de un día a la montaña para caminar, correr, montar a caballo y, faltaba más, aprovechar para practicar algunas posturas de yoga en un entorno distinto al que estoy acostumbrada, es decir, mi estudio en medio de una ciudad ruidosa.
[Que no se me malinterprete: amo mi estudio y he trabajado mucho tiempo para encontrar ese silencio interior que hace que la práctica de yoga siga siendo hermosa, aún a pesar de los ruidos de ambulancias, vendedores, coches, etcétera.]
Al estar en medio de los árboles, en medio de la quietud, me vinieron a la mente varios pensamientos, no sólo sobre algunas prácticas como Ashtanga que, según el Yoga Mala de Patthabi Jois, tiene varias reglas para su adecuada práctica física y espiritual, sino también sobre qué tipo de beneficios nos puede traer el conectarnos con el mundo natural que nos rodea y crear un lazo entre él y nuestra práctica de yoga y meditación.
Me puse a investigar y encontré varios aspectos muy interesantes, empezando desde el aspecto de que realizar actividades en un entorno natural nos conecta con quienes fuimos hace miles de años, cuando éramos nómadas (y no nómadas digitales) y el contacto real y cotidiano que teníamos era con la tierra, el agua, los árboles, el fuego y el viento.
En cuanto al yoga y la meditación, es cierto que la práctica con la naturaleza nos puede ayudar a arraigarnos más al presente y poner en perspectiva en donde y cómo estamos en este momento y no irnos por las ramas (valga la expresión); apreciar los sonidos que son naturales al planeta y valorar los colores y aspectos diversos (¡texturas!) que nos brinda el entorno. Todo esto nos regresa a una visión más auténtica de la práctica que excede a lo estándar de cómo se siente un tapete y los acompañamientos que hemos venido a pensar que son necesarios para disfrutarla
Creo que es muy importante que hablemos de lo mucho que nos puede aportar la naturaleza, particularmente en el contexto del COVID-19 y cómo nos ha afectado mental y emocionalmente el encierro y el hecho de que ahora vemos aún más a una pantalla que a los árboles o escuchamos el trinar de los pájaros. En mi caso, durante esta salida que tuvimos, encontré que mis posturas tenían un sentido especial y que me conectaba con algo superior a mí, algo que engloba a todo y que allí está a nuestra disposición sin que le hagamos mucho caso. El meditar al aire libre me hizo darme cuenta de que formo parte de un proyecto de vida y que cada momento es hermoso.
Te invito a que te des esa oportunidad. Practica sin música un día, sal al parque y disfruta de lo que la vista te trae, incluso puedes practicar la postura del árbol junto a uno para que sientas desde donde vienen el nombre de las posturas y les encuentres sentidos e historias propios.
Esta es mi reflexión personal. ¿Qué opinas tú?
Seamos receptivos. Namasté.
Te puede interesar:
- Meditar en la cuarentena
- Reflexiones tras un año de pandemia
- ¿Cuáles son los beneficios del yoga?
- Sensaciones al meditar
¡Qué bonito!
Suena hermoso!